Redacción Invelat
Hace algo más de un año, el gobierno anunció con bombo y platillo su plan para potenciar la industria textil colombiana: incrementar hasta un 40% los aranceles a los textiles importados. La medida, que prometía un auge de innovación y producción nacional, nos lleva a preguntarnos: ¿Ha cumplido con sus objetivos?
Los resultados han sido reveladores. De US$35 mil millones importados en el primer trimestre de 2022, caímos a US$24 mil millones en el mismo periodo de 2023. Una reducción que, en teoría, debería haber beneficiado a la producción local. Pero la realidad dista mucho de las expectativas.
Lejos de estimular la producción nacional, la medida ha sido un caldo de cultivo para el contrabando, que ahora se estima en el 30% del mercado textil colombiano. Una estadística alarmante que subraya un problema mayor: la competencia desleal y los retos a los que se enfrentan los productores locales.
Mientras el sector lucha con una informalidad que ha alcanzado el 60%, es evidente que la solución no radica en el proteccionismo. La verdadera industrialización y fortalecimiento del sector textil colombiano vendrá de la mano de la innovación y la capacidad de competir a nivel internacional.
Es imperativo reconsiderar nuestras políticas de protección industrial. Proteger a nuestras empresas no debe significar aislarlas, sino prepararlas para competir y triunfar en el escenario global. Es hora de abrir el nido y permitir que nuestra industria textil despliegue sus alas.