Julio César Iglesias
Editor Invelat
Se supone que en Colombia existen partidos de centro-derecha. Y se supone que esos partidos son los que creen en las instituciones de mercado y en el papel de la libertad económica en el desarrollo del país. Se supone que el Partido Conservador, el mismo que por estos días organiza conferencias con Axel Kaiser sobre liberalismo económico, se ubica en ese espectro. Se supone, pero no.
A David Barguil, uno de los senadores conservadores más conocidos, se le ocurrió una idea que suena muy altruista, consiste en borrar los odiosos registros negativos en las centrales de riesgo. La lógica de la ley parece sencilla; eliminar la información negativa de aquellos ciudadanos que han tenido problemas crediticios para facilitarles el acceso al crédito.
“Ojos que no ven, corazón que no siente”, piensa el senador. Mejor dicho, si los bancos no saben si un cliente es buena o mala paga, entonces le prestarán sin problema.
Lo que no entiende el senador, y los otros congresistas que aprobaron esta ley estúpida, es que eliminar los registros negativos en las centrales equivale a borrar los positivos.
Y como no se va a saber quién es buena o mala paga, va a ser más difícil que el banco decida prestarle a alguien sobre el que no tiene mucha información. Más difícil si uno es joven y más si no tiene activos para respaldar el crédito. Todo eso se traduce en que conseguir un crédito va a ser más complicado y caro.
Si mañana llega el profesor de Cálculo y anuncia que todos los alumnos van a sacar cinco en el parcial de derivadas, va a ser imposible distinguir a los buenos de los malos alumnos. No solo eliminó las notas malas sino también las buenas. De paso eliminó los incentivos para esforzarse estudiando. No es tan difícil de entender.
O sí, es difícil de entender, sobre todo si el año entrante uno tiene que ganar unas elecciones, como le pasa a Barguil. Y si a uno le importa más el “qué dirán” que la realidad o que los efectos de una ley estúpida que se le ocurrió, sin ser experto en economía ni en finanzas y haciéndose el sordo a los consejos de todos los que saben de esas cosas.
Cuesta ver al senador recorriendo los medios de comunicación victorioso y a los periodistas celebrando un adefesio legal como una gran victoria de los débiles sobre los poderosos, cuando es justo lo contrario.
Los más débiles serán los principales perjudicados. Al no tener información sobre el comportamiento crediticio de una persona, el banco deberá tener en cuenta solo los activos con los que el potencial deudor podría respaldar la obligación. Y como los más pobres, también los más jóvenes, tienen pocos activos, entonces tendrán menos oportunidades de conseguir el crédito.
No solo eso. Los grandes grupos financieros, que tienen grandes bases internas de datos y clientes, ahora estarán en una posición mejor. Al contar con más información interna podrán evaluar mejor el perfil de riesgo de sus clientes. Las entidades nuevas y pequeñas, en cambio, no cuentan con esa posibilidad y estarán, todavía más, en desventaja frente a los grandes al no poder acceder a esa información tan valiosa que antes podían comprar en las Centrales de Riesgo.
El senador, jurado enemigo de las injusticias del sistema financiero y los ‘pulpos malévolos’ que lo controlan, termina haciéndole un favor al ‘oligopolio’ que tanto dice repudiar, estableciendo una nueva barrera competitiva.
No le importan las consecuencias de su ley. Le da igual la opinión de los que saben. Dice ayudar a los débiles, pero al final los friega.
Todavía no he podido leer la novela del profesor Erick Behar, ‘Perdido en Legalandia’, pero así me imagino a los villanos de su historia, justo como Barguil: mañosos, torpes, arrogantes y sordos tinterillos.