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La lección que deja la muerte de Ardila Lülle (y la fortaleza de Petro)

Por Julio César Iglesias

Captura Youtube

La mañana de este viernes arrancó con dos noticias muy malas: por un lado la muerte de uno de los empresarios más importantes de la historia del país y, por el otro, la encuesta de Invamer, en la que se confirma que el favorito para convertirse en presidente el año entrante sigue siendo Gustavo Petro.

Lo más grave de la encuesta es que en distintos escenarios de segunda vuelta, a la que es muy probable que llegue, Petro derrotaría por goleada a todos sus potenciales contrincantes. Ni siquiera otros candidatos de la centro izquierda, como Fajardo, Juan Manuel Galán o Alejandro Gaviria, se asoman con posibilidades de batirlo. Ni hablar de los candidatos de la centro-derecha, que casi ni figuran.

Y también grave es la reacción que hubo en redes sociales a propósito de la muerte de Ardila Lülle. Esperaría uno que fuera recibida con cierta tristeza o al menos con respeto. Nada de eso. La alegría fue el sentimiento predominante en las reacciones y comentarios. Abundaron los reproches y los insultos en contra del difunto.

Al margen de su legado, de su participación en sectores tan diversos de la economía como los medios de comunicación y la agroindustria, de los miles de empleos que generó con sus empresas e inversiones, su muerte nos deja una dolorosa lección sobre la sociedad en la que nos estamos convirtiendo. Una sociedad que detesta a los ricos, que los odia y celebra su muerte.

Y ese odio por los empresarios y los «ricos» está ligado al favoritismo de Petro para las próximas elecciones. Son el mismo fenómeno. Ya no se trata de un asunto generacional, sino de unas ideas que se han hecho transversales, dominantes, ya casi hegemónicas.

La idea de que la pobreza en la que está sumida una parte de la población colombiana es responsabilidad de personajes como Ardila Lülle. La percepción de que los empresarios son explotadores que se «aprovechan» de la necesidad otros ciudadanos. La noción de que están acaparando toda la riqueza que le pertenece al conjunto de la sociedad.

Como la de Rico McPato, un avaro acumulador de monedas de oro, suponen tantos colombianos es la vida de los empresarios como Ardila. Da igual que haya puesto sus recursos, no en una bóveda, sino en clínicas de primer nivel (como la de Valle del Lili en Cali) o en fábricas, como las de Postobón o Incauca, gracias a las cuales miles y miles de familias se han ganado su sustento por décadas.

No importa nada de eso, porque es rico y por tanto es malo. Es un «enemigo de clase», porque no nos engañemos, estas ideas no son de los tuiteros que las escriben, tampoco de los políticos que las replican, ni tampoco de los intelectuales de izquierda que las enseñan en las aulas. Son ideas marxistas. Las mismas que han conducido a la muerte y a la miseria a centenares de millones de personas alrededor del mundo.

La muerte del empresario nos deja una dolorosa lección. Que es la misma que deja el favoritismo de Petro: Una parte importantísima de los colombianos creen, que el camino para mejorar su nivel de vida pasa por la «redistribución» de la riqueza. El de quitarle a los que ya tienen «mucho» para entregarle a los que tienen poco o nada.

Una idea falsa, mala y peligrosa. Pero no importa, es la que está en la cabeza de la mayoría. Por eso celebran la muerte de un empresario y están listos a votar por Petro.

Por eso, la próxima vez que vea las acciones colombianas «baratísimas» o el dólar por los «cielos», piénselo dos veces. ¿Baratas las acciones en un país que celebra la muerte de uno de sus empresarios más importantes? ¿»Por los cielos» el dólar en un país que está a punto de votar por el caudillo de los que celebran?