Por Julio César Iglesias
Y no lo digo porque tenga certeza sobre el resultado electoral: esos vaticinios se los dejo a los que leen el futuro en el chocolate o a los activistas de campaña, que casi siempre se equivocan pero no abandonan nunca el entusiasmo predictivo.
Lo digo porque el relato sobre la realidad que ha venido contándonos Petro, y con él otros sectores de la política colombiana, obtuvo un triunfo contundente en las urnas el domingo.
La historia que nos dice que vivimos en el país más miserable del planeta – o cerquita de eso – y, además, que existen únicamente problemas y retrocesos pero ningún avance que reseñar, ha demostrado ser hegemónica.
La historia que nos cuenta que los atajos existen: que para cualquier problema hay una solución rápida y sencilla. Que si no hay pensión, un mesías puede chasquear los dedos y hacer llover el maná de los subsidios. O que para combatir una inflación que brota en los campos de guerra europeos, o en las oficinas de la FED, basta decretar un cerco a lo extranjero. O que basta la nobleza de un caudillo para acabar de tajo la corrupción.
Los dos candidatos que salieron ilesos de la fogata electoral, no se cansan de repetir la demagogia sobre el ‘malvado’ neoliberalismo y la miseria que el libre comercio ha traído a Colombia. Aunque uno es un empresario y el otro un político de casta, comparten en lo fundamental el diagnóstico y, en buena medida, sugieren los mismos remedios.
El mismo relato y el mismo diagnóstico, y cómo no, la misma fórmula mágica, que algunos vemos como un veneno: menos libertad y más Estado.
Cabalgando sobre esa manía que tenemos de idolatrar las malas noticias, mientras despreciamos los hechos positivos, ambas campañas han relatado la historia de Colombia como un cuento de terror, que solo puede tener un final feliz si el héroe correspondiente asalta el castillo.
El lobo feroz, en la historia que ha contado Petro, y que Rodolfo repite sumiso porque entiende que es la que anhela escuchar la audiencia, siempre es el mismo: el capitalismo, el egoísmo de los negociantes y su ánimo de lucro.
Mientras tanto, quienes se supone deberían saltar con una réplica y proponer alguna historia alternativa, se ven temerosos, amedrentados por los efectos especiales, por el «story telling» de los extremistas y por su propia ignorancia. Temen que los señalen de malosos y terminar en el lado de los egoístas. Nadie quiere ser la bruja del cuento.
Lo que algunos llaman la «derecha» colombiana, no perdió el poder el domingo, lo ha perdido de a poquitos durante años, porque no ha podido crear un relato competente, que le explique a los colombianos, cómo nuestra sociedad ha avanzado, no retrocedido, y cómo esos logros no se deben a un líder caritativo sino a las bondades de la libertad económica.
Perdió también, eso que a veces es llamado la «derecha», cuando no logró entender que el mundo cambió: que las plazas públicas ya no quedan en el centro de las ciudades sino en Twitter, Facebook y Tik Tok. Y que el contenido digital ahora es más importante que las tarimas y la lechona.
Perdió, eso que dicen que es la «derecha», porque no tiene un relato o, más bien, porque a falta de uno, se copió – con poca gracia – del que le cuentan sus rivales.
Y por eso Petro ya ganó. Porque aunque el domingo de elecciones, y por cuenta de la suerte, no resulte elegido presidente, la historia que él relata, como un genio de la cuentería, de todas formas habrá llegado al poder.
Pd. Dicho esto, ojalá que Petro gane, únicamente, la batalla del relato. Catastrófico sería que, además, el mejor y más fanático cuentero se convierta en Presidente. Votar contra Petro, no por Rodolfo, la sombría jugada que nos queda, por ahora, a los escépticos de este cuento.