Julio César Iglesias
Una idea muy extendida en las redes sociales es la que sugiere que Colombia es un país miserable, hundido en la peor de las crisis económicas y sociales, que pasa por su peor momento.
El problema de este pesimismo crónico, de este diagnóstico tan negativo, es que está siendo usado para concluir que la única opción es realizar un cambio absoluto de modelo económico y político, un cambio extremo que nos saque del “agujero” en el que vivimos.
Imagínese que alguien lo convence de que su casa está en un estado deplorable, de que las columnas están por venirse abajo y el techo por colapsar y que, por tanto, la única opción es demolerla. O venderla a mitad de precio.
Al final, si la crisis es tan profunda, si no hemos avanzado ni mejorado y si vivimos en uno de los peores países de la Tierra, no hay alternativa distinta a la de “revolucionar” un sistema que ha tenido resultados tan malos.
Como el Joker, el archivillano de Batman, muchos ciudadanos piensan que esta sociedad miserable y decadente solo tiene una salida: la de ser demolida hasta sus cimientos, pues incluso el caos o la nada, son mejores de lo que tenemos hoy en día.
Esa lógica no se ha quedado en las redes sociales, ha trascendido a las calles. Basta recordar lo que ocurrió durante el Paro Nacional desarrollado a mediados de 2021: cientos de miles de jóvenes marchando en las calles, algunos a favor del cambio, otros a favor de nada y en contra de todo, de lo que llaman “el sistema”.
En la misma línea se están moviendo las tendencias electorales de cara a las próximas elecciones presidenciales. El candidato que mejor representa ese estado de ánimo pesimista, según el cual vivimos en un país arruinado, estancado y miserable, es el líder de la extrema izquierda, Gustavo Petro.
Los periodistas, conscientes de que esta es la percepción dominante entre la mayor parte de los ciudadanos, aprovechan para presentar noticias que la confirmen y atraigan la atención de su audiencia: que somos el país más desigual, que tenemos la moneda más devaluada, que somos los más corruptos, los más violentos, los menos educados…
Pero, ¿Será cierto que Colombia es el peor o uno de los peores países de la Tierra? ¿Será verdad que estamos en la peor crisis de la historia?, cuando uno mira la evidencia y los datos, es claro que no es así.
¿Que tenemos problemas? Muchísimos, como, por cierto, han tenido todas las sociedades desde el principio de la historia. No nadamos en prosperidad, muchos de nuestros ciudadanos permanecen en la pobreza, pero tantos otros han logrado superarla y mejorar de manera impresionante su calidad de vida.
La caída en las tasas de pobreza, solo suspendida por la crisis del Covid, el crecimiento en la cobertura del sistema educativo y de salud, la rápida disminución en las tasas de homicidios, son algunos datos muy alentadores que demuestran como falsa esa narrativa que nos quiere convencer de que vivimos en un muladar sin futuro, que solo puede ser salvado por un extremista de izquierda.
Porque esa, precisamente, es la intención detrás de esas ideas “jokerianas”: convencernos de que solo un benigno líder, que destruya el corrupto modelo y lo remplace por uno mucho mejor, puede sacarnos del atolladero eterno en el que vivimos.
A esa estrategia política es a la que podemos llamar la del truco del “comprador malicioso”.
Piense que usted está vendiendo su carro, el cual puede tener algunos defectos, bastantes kilómetros encima o unos rayones importantes, pero sigue siendo una máquina competente y funcional.
Cuando un comprador malicioso intenta obtener un mejor precio para llevárselo, lo va a intentar convencer de que usted es dueño de una chatarra, que vale apenas unos cuantos pesos.
Exactamente lo que intenta hacer la extrema izquierda: hacerle creer a los ciudadanos que Colombia está tan mal, que es poco más que una chatarra y que, por tanto, hay que “regalarla”.
¿Vamos a caer en esa trampa?